“Desde mediados del siglo XX circuló en Argentina una suerte de mito en torno a la migración interna que llegaba a trabajar a los cordones industriales del conurbano bonaerense: se decía que los “cabecitas negras” que Perón “trajo de las provincias”, arrancaban el piso de parquet de las casas que el Estado derrochón daba y lo usaban para hacer asados. El mito funcionó para configurar el estereotipo del peronismo que sus detractores logran desempolvar oportunamente, e incluso exportar. El desprecio clasista hacia el peronismo que regó mi infancia venía de la mano del desprecio hacia un Estado supuestamente bruto y demagogo, que desperdiciaba viviendas de calidad en quienes no podían apreciarla”.
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