Opinión

Cómo parar a la extrema derecha en el mundo occidental

Las extremas derechas nuevamente ganan terreno en el mundo occidental. En Europa ya se transformaron en el principal problema para los partidos progresistas y, en nuestro continente, Donald Trump y Jair Bolsonaro son prueba de que el fenómeno está en nuestra puerta. Es hora de que en Chile los demócratas abordemos más seriamente este problema y pensemos cómo parar a José Antonio Kast y su reivindicación del pinochetismo duro, que alcanzó un 8% en la última elección presidencial, antes que sea demasiado tarde.

Primero, es importante constatar el hecho de que la extrema derecha no se combate prohibiéndola, ignorándola ni mucho menos adoptando su retórica. Ni en Alemania ni en Italia, donde las apologías del nazismo y del fascismo son penalizadas, o en España, donde se han aplicado políticas de memoria histórica, se ha logrado detener la escalada ultraderechista. Las leyes contra el negacionismo y la apología del fascismo sirven para dejar testimonio de que una sociedad, en determinado período, condenó tales hechos y no quiere que se repitan, pero no son en sí mismas un antídoto eficaz contra las extremas derechas de cualquier tipo.

Por otra parte, ignorarlas evitando debatir y responder a sus propuestas en torno a temas complejos como la inmigración y la delincuencia, puede resultar muy contraproducente. Un reciente estudio de la Fundación Friedrich Ebert señala que, por mucho tiempo, los partidos progresistas en Dinamarca y Suecia tomaron este camino frente a los partidos ‘paria’, dándoles ventaja sobre temas candentes en los que ha sido muy difícil contrarrestarlos con propuestas progresistas, una vez que las derechasimpusieron el marco interpretativo en estas áreas. Mucho menos se debe caer en el juego sucio que busca empates valóricos, usando lenguaje estridente, violento, etc., ni en persona ni en redes sociales.

Una de las grandes lecciones que aprendió la izquierda de los errores de su pasado, sobre todo en Chile, es que la violencia debe ser erradicada como forma de lucha cotidiana. Ambigüedades en este ámbito son gravísimas y solo hacen ceder terreno en favor del adversario. Una estrategia recurrente y con grados relativos de éxito, ha sido la política de ‘cercos sanitarios’ bajo la forma de pactos electorales y/o acuerdos valóricos que aíslen a las extremas derechas. Esta estrategia salvó (por poco) a los socialdemócratas suecos en su última elección, y en Alemania aún logra cierta capacidad de contención. Implementarla requiere mucha coordinación, competencia leal entre demócratas y que las élites dirigentes no estén demasiado desprestigiadas por casos de corrupción como en Brasil.

De no ser así, como se señala en el estudio citado, cualquier intento de marginar a la extrema derecha podría hacer ver a los demócratas como un ‘cartel’ para mantener sus privilegios, miel sobre hojuelas para la extrema derecha y otros populismos. Este último punto es tal vez el problema mayor para enfrentar a las extremas derechas en el mundo y ciertamente también en Chile.

El deterioro de las democracias representativas y sus niveles de apoyo en la población, antecede a la aparición de los populismos de izquierdas y de derechas, generando un fuerte rechazo hacia las élites dirigentes democráticas más antiguas e incluso las nuevas. En este contexto, resulta interesante observar estrategias exitosas contra la extrema derecha, coordinadas desde las bases y que apuntan a espacios cotidianos del ciudadano común, allí donde los políticos no son bien recibidos.

En la Isla de Creta en Grecia, los neonazis fueron expulsados mediante la acción social de militantes y profesores que asistían y educaban a la población vulnerable en los valores democráticos cerrando el paso a los neonazis y convirtiéndose en ejemplo para el resto del país. En Irlanda y en Portugal, si bien existen condiciones históricas que dificultan el éxito de las extremasderechas, los grupos radicales de derecha emergentes son denunciados y combatidos preventivamente por organizaciones de bases fuertemente activas, algunas ligadas a partidos de izquierda y otras no, impidiendo que prosperen de la misma forma que en otros países de Europa.

En consecuencia, un combate eficaz y democrático contra la extrema derecha requiere abordar dos frentes: el primero con un horizonte de mediano plazo donde debieran plantearse reformas al régimen representativo, que den a los ciudadanos mayores grados de incidencia y control sobre la actividad de los políticos; el segundo, y con mayor urgencia, en el ámbito político-cultural, donde las fuerzas políticas democráticas debieran buscar una estrategia transversal para enfrentar las ideas retrógradas de la extrema derecha y en la cual las bases militantes tengan un rol importante en abordar los espacios del ciudadano común.

Lo anterior no es nada fácil y el desafío frente a la extrema derecha chilena pondrá a prueba la vocación democrática de los partidos políticos y su aprendizaje del pasado.

Columna de opinión publicada en El Mostrador.

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