La escasa discusión que ha habido sobre el TPP11 nos ha demostrado cuán inclinado está a ratos el debate público y ciertos sectores de la política nacional a ir tras consignas y evitar las discusiones de fondo sobre una cuestión que, con múltiples aristas, nos recuerda que es de suma importancia enfrentar temas de relevancia social con altura de miras, especialmente cuando se trata de construir un proyecto político alternativo, como el que aún está pendiente en la centroizquierda chilena. En efecto, no deja de ser una paradoja que, aunque la iniciativa se aprobó, el rechazo de la Cámara a este acuerdo haya venido de mano de varios parlamentarios de la ex Nueva Mayoría, coalición que desde el gobierno impulsó este acuerdo a través de la Presidenta Bachelet y su canciller Heraldo Muñoz, hoy presidente de uno de los partidos importantes de este espectro de la política nacional. Cuesta desde fuera entender cuáles son las razones para el rechazo a una iniciativa que es, al menos desde sus principios fundamentales, coherente con la política exterior chilena, abierta al comercio internacional y que releva el multilateralismo, hoy más necesario que nunca frente a un nuevo escenario internacional que anuncia una nueva guerra fría del siglo XXI en manos de dos grandes potencias como China y Estados Unidos.
No es, por cierto, intención de esta columna poner los puntos respecto al TPP11, para eso está el aporte de los expertos, que es de esperar ilumine en estos días la discusión. Por el contrario, quisiera concentrar el esfuerzo en poner sobre la mesa la cuestión que creo está en el fondo de la recomposición de un proyecto de centroizquierda sensato, articulado y que mire el futuro ofreciendo una alternativa frente a los ánimos acalorados que abren espacio a la demagogia, la grandilocuencia, al cortoplacismo y la solución fácil a problemas que son, en nuestras sociedades, cada vez más complejos.
Un primer paso es, sin duda, redefinir la propia identidad y el domicilio político que se tiene. Los proyectos de tinte socialdemócrata que abrazaron muchos países europeos y nuestros propios gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría y que, sin lugar a dudas y con sus bemoles, trajeron prosperidad a muchos países, han cedido terreno a alternativas que, en muchas latitudes, han planteado un duro discurso contra cuestiones que hasta hace pocos años parecían consensos amplios en torno a los valores de la democracia basados en el estado de derecho, la libertad y la igualdad. Hoy por hoy, un fuerte movimiento contra la globalización, que encuentra expresiones aberrantes, por ejemplo, contra la migración, los derechos civiles y la instalación del miedo como una forma de relacionarnos, plantea la necesidad imperiosa de volver a redefinir un espacio donde la sensatez y la coherencia les gane el terreno a las mentes afiebradas que buscan instalar alternativas populistas tanto de izquierda como de derecha.
Frente a esto y pese a que la socialdemocracia ha perdido terreno en muchas latitudes, también hay luces de esperanza. La alternativa que ofrece Portugal con una coalición amplia encabezada por Antonio Costas o el de Jacinda Ardern en Nueva Zelandia iluminan alternativas que es posible reeditar en países como el nuestro, donde el diálogo político y la sensatez han ganado tantas veces la partida.
Este es un desafío de suma envergadura y se hace preciso volver al debate sobre la identidad en tiempos donde el mundo ha cambiado y los ciudadanos requieren nuevas respuestas. De alguna manera, el camino que ha trazado la DC chilena interpela también a los propios partidos de la ex Nueva Mayoría a tomar también sus propias definiciones, donde la coherencia para definir las batallas y los bordes es una cuestión fundamental.
Contenido publicado en La Tercera