Por Eduardo Vergara B., director ejecutivo Fundación Chile 21
Los partidos políticos se están transformando en esos rinocerontes blancos que están sentados en la sala y nadie quiere ver. Unos los dan por muertos y otros no los quieren dejar ir. La mayoría dejó de creer en ellos y siguen disputando estar entre las instituciones peor evaluadas por la ciudadanía. Basta mirar las últimas elecciones para darnos cuenta que su impacto y capacidad de convocar a la ciudadanía se han contraído. Si bien la baja participación de la segunda vuelta de gobernadores no se explica en su totalidad por los partidos, si ayuda a explicar su responsabilidad en la crisis mayor que estamos viviendo. Basta mirar la composición de la Convención Constitucional para entender que ni siquiera son necesarios para llegar a órganos de representatividad.
Debatir sobre si son necesarios o no, nos lleva inevitablemente al choque entre visiones de la ciencia política que han logrado instalar por décadas que son instituciones fundamentales para la democracia. Objetivamente, son más bien instituciones que han facilitado la democracia tanto como la han fracturado. Es innegable que han sido efectivos en otorgar la certeza de mantener la acción política encasillada e institucionalizada asegurando grados de predictibilidad y control. Lógica que en nuestro país se robusteció gracias al sistema binominal y la influencia de una élite adicta a sus certezas.
Pero antes de desahuciarlos y más allá de su relevancia, lo importante es que vuelvan a ser instituciones útiles y en beneficio del bien común. Salvarlos de la extinción no pasa por una urgencia sino más bien un acto de utilidad.
En nuestra historia los partidos políticos han recibido golpes, unos cumplen ciclos, mueren y otros nacen. Son responsables de logros democráticos, de gobiernos transformadores y de servir como ventanas para la democracia. De bolsas de trabajo a sacos de poder, tendencias y lotes internos también se los han tomado para ejercer poder mezquino o fortalecer caminos propios germinando prácticas anti éticas e incluso corruptas. Hoy sufren una pérdida de sintonía con las agendas en beneficio del bien común y la capacidad de entender el futuro.
Es en el futuro donde radica la principal oportunidad que los partidos vuelvan a ser instituciones que sirvan. Una vez que se resuelvan aspectos como las democracias internas y la transparencia, deben entrar en una reflexión que les permita entender cuales son los dolores y sueños de quienes más les necesitan para fraguar agendas de derechos, que, dialogando con el dinamismo y diversidad de nuestra sociedad, se adelanten a los problemas del mañana. Vivir libres de amenazas medioambientales y criminales, bajo sistemas que otorguen seguridad social y bienestar, son puntos que deben abrir sus agendas de derechos del futuro.
Porque recuperar la confianza es necesario, pero volver a ser útiles es urgente, el momento de cambios radicales y dolorosos para emprender un nuevo rumbo es ahora. Las visiones melancólicas que patalean para que sigan vivos solo por no dejarlos morir son parte del problema. Para resucitar y volver a ser relevantes, los partidos tal y como los conocemos deben morir. Que renazcan radica particularmente en la decisión de transformarse en instituciones que entiendan el futuro y vuelvan a ser útiles para defender a quienes más les necesitan.