Por Felipe Mella
Los estudios demuestran que los barrios con alta participación en eventos de este tipo presentan tasas de delincuencia más bajas, como en Chicago, donde los vecindarios que abrazan la cultura y las artes muestran una reducción significativa en los índices delictivos.
En los últimos días, más de una decena de homicidios han estremecido a comunidades enteras en nuestro país, recordándonos la urgente necesidad de encontrar soluciones efectivas y sostenibles para la violencia y el crimen. En medio de este panorama desalentador, surge una pregunta crucial: ¿es posible enfrentar el desafío de manera innovadora y eficaz?
La respuesta podría estar en un lugar inesperado: la cultura. Más allá del tradicional enfoque represivo, la cultura emerge como una herramienta complementaria y, a menudo, subestimada. Esta influye en la seguridad pública, en tanto tiene la capacidad de transformar individuos y comunidades. De hecho, el Banco Mundial señala que puede contribuir al desarrollo sostenible y la cohesión social, elementos esenciales en la prevención del delito.
La participación en actividades culturales fortalece la cohesión social y crea un sentido de pertenencia y responsabilidad compartida. Los estudios demuestran que los barrios con alta participación en eventos de este tipo presentan tasas de delincuencia más bajas, como en Chicago, donde los vecindarios que abrazan la cultura y las artes muestran una reducción significativa en los índices delictivos, gracias al fortalecimiento de las redes comunitarias.
De hecho, en el 2016, un estudio del Institute for Economics and Peace encontró que las comunidades con mayores inversiones en arte y cultura reportaron una disminución del 30% en los índices de criminalidad. En Nueva York, los barrios que experimentaron un aumento en las actividades culturales vieron una reducción del 18% en la criminalidad violenta entre 2010 y 2015.
Los jóvenes, en particular, se benefician enormemente de la exposición a programas artísticos y culturales que ofrecen alternativas constructivas al tiempo en la calle, alejándolos de actividades delictivas. Proyectos como Art Against Knives, en Londres, han utilizado el arte para involucrar a jóvenes en riesgo, reduciendo significativamente la violencia en áreas problemáticas.
La inversión en infraestructura cultural también revitaliza áreas urbanas deterioradas, haciendo que los espacios públicos sean más seguros y atractivos. La transformación de Medellín es un ejemplo emblemático. La ciudad logró reducir la criminalidad gracias a la creación de parques-biblioteca y la implementación de programas culturales que revitalizaron los espacios públicos, propiciando el encuentro entre las personas.
Además, la industria cultural genera empleo y estimula la economía local, factores que contribuyen a la reducción de la pobreza, una de las raíces de la delincuencia.
Invertir en programas culturales es una estrategia efectiva y sostenible para la prevención del delito y la promoción del desarrollo social. Desde la mirada progresista debiéramos considerarla con seriedad, para hacer retroceder con eficacia la criminalidad.
Felipe Mella
Director área Cultura Chile21.