Días atrás, una pareja de arquitectos chilenos, invitada por la Universidad Nacional de Córdoba a un taller del Congreso Internacional de la Lengua Española, fue detenida en un operativo conjunto entre la Policía de Seguridad Aeroportuaria y la Gendarmería argentina, acusada de formar una célula anarquista que pretendía realizar un atentado. La cobertura de la noticia en Televisión Nacional de Chile planteaba en pantalla: ‘¿Error o papelón?’. Ni lo uno ni lo otro. No hay azar en la sucesión de golpes de pseudoseguridad desplegados por el Gobierno argentino en los últimos meses, entre los que se destaca la deportación del equipo de Pakistán que aspiraba a participar en el Mundial de Futsal.
Sucede que Patricia Bullrich, ministra de Seguridad de la Nación, cuenta con una maquinaria aceitada entre prensa y fuerzas de seguridad, dedicando artillería de colores a la ciudadanía temerosa que la mira por TV. Desde los sets televisivos, la ministra difunde creativas estadísticas y promueve, por ejemplo, el porte personal de armas para combatir la delincuencia, proyectando una película en donde la seguridad es ficticia, pero las balas, reales.
Lejos de diluirse en el cerro Aconcagua, la ola efectista como opción política se extiende, como un espejo deformante, a ambos lados de nuestra Cordillera.
También en Chile se presume que la capitalización del temor daría rédito inmediato, en consecuencia, se disparan artificios maquillados de seguridad que salpican desde la ley Aula Segura, hasta el control preventivo de identidad en menores de 18 años, incluyendo bifurcaciones hacia bochornos voluntarios, como los protagonizados por legisladores sometidos al test antidrogas.
Entretanto, el Gobierno justifica su cortoplacismo efectista escudándose en encuestas: ‘Es lo que la gente quiere’, afirma la ministra y vocera Cecilia Pérez, refiriéndose al proyecto de control de identidad.
Ciertamente y como sucede desde comienzos de este siglo en casi todos los países de la región, la inseguridad aparece como una de las mayores preocupaciones de la ciudadanía. En este sentido, las encuestas pueden ser un instrumento para recoger, parcialmente, demandas ciudadanas y climas de opinión. De ahí a diseñar políticas públicas que respondan de la mejor manera a los tan mentados problemas de la gente, hay un abismo que requiere tomarse la molestia de, entre otras cosas, estudiar experiencias y analizar evidencia.
Así las cosas, la apuesta por el manodurismo efectista en nuestros países no será un camino de ida, sino que promete efecto búmeran. El punto doloroso es que en su trayectoria de vuelta no golpeará a los irresponsables que optan por la fanfarria de comandos jungleros o trasandinos, sino a los sectores más vulnerables y marginales. Porque el gatillo fácil nunca apunta al ABC1, así como la selección que requiere el control de identidad poco suele tener de aleatoria y demasiado de prejuicio.
Sin embargo, las autoridades no parecen estimar los costos de socavar aún más las deterioradas confianzas entre jóvenes y fuerzas de seguridad, ni tampoco tomar nota del aumento de los delitos violentos en las comunas más pobres. La gran perdedora en el mediano y largo plazo es la sociedad toda, porque, como la devaluada evidencia empírica lo indica, la mano dura tiene tanta prensa amiga como malos resultados.
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