Existe consenso entre las variadas miradas políticas y entre los analistas que el cambio de gabinete requerido no tuvo lugar. Piñera se negó o no contó con el personal requerido para cambiar el equipo político. En efecto, los problemas principales de la gestión del gobierno radicaban en las malas decisiones de este equipo: hubo excesiva demora en presentar las reformas que la administración consideraba prioritarias perdiendo el momento de mayor poder gubernamental; se generó luego una “sangría” de propuestas de reformas (e iniciativas efectistas pero en el mejor de los casos inútiles) que no evidenciaron una estrategia clara e hicieron que se desdibujara el foco de la administración.
Más importante que ello, fue el fracaso de una política que retóricamente apostaba al establecimiento de amplios consensos pero que en la práctica, por sus contenidos y discurso conflictivo, se hacía imposible. Prueba de esto último ha sido que apenas la Democracia Cristiana (DC), con graves costos para ella, aceptó votar la idea de legislar en el campo tributario y de pensiones, el gobierno reculó respecto de la creación de un ente público que asumiera la administración del aporte patronal. Tampoco el equipo político supo resolver el dilema entre introducir cambios en las propuestas de reformas de manera de obtener un apoyo mayoritario para ellas con el rechazo que esas presuntas concesiones generaba en la coalición de gobierno. No obstante todo ello, el equipo político permaneció incólume, con la excepción de la sustitución de Alfredo Moreno por Sebastián Sichel.
¿Para qué entonces el cambio? Según Chadwick, para fortalecer el área económica. Pero, para eso habría sido necesario el cambio del jefe del equipo económico. Es él quien no ha podido hasta ahora generar un discurso y una política que permita “despertar los espíritus animales” del empresariado y abrir una real negociación en torno a las reformas.
Por su parte, es probable que Alfredo Moreno le imponga un mayor dinamismo al MOP, pero no ocurrirá mucho más pues el “paquetito de Obras Públicas” (como lo denominó un ex ministro de Hacienda), en un contexto en que se sigue priorizando la reducción del déficit fiscal y en que no se le asigna mayor relevancia a lo que puede hacer el Estado ni en el corto ni en el largo plazo, es sin duda insuficiente.
En lo que se refiere al regreso de Juan Andrés Fontaine a Economía (si bien es siempre posible hacerlo mejor), no resulta evidente su aporte si se recuerda que el Presidente, en su primer mandato, lo reemplazó por Longueira por la poca visibilidad que había logrado. En suma, si bien hay elementos puntuales que auguran una mejora (Teodoro Ribera está mucho mejor preparado que Roberto Ampuero y Sebastián Sichel puede llevar una mirada diferente al comité político), lo cierto es que el cambio ocurrido augura que “ad portas” aparece un nuevo gabinete.
Contenido publicado en La Tercera