Columnas

El Mostrador: La izquierda woke y los monos peludos

“Izquierda no es woke” debe leerse como un libro de intervención ciudadana que crítica a determinadas prácticas tribalistas y autoritarias de grupos que se han dicho de izquierda y de sus rudimentos justificatorios a nivel filosófico y teórico.

No es primera vez que toca leer textos sobre cuestiones de relevancia internacional que a uno le resuenan fuertemente en el contexto chileno; es decir, que han sido previamente discutidas en nuestro país y a propósito de nuestra realidad sin siquiera saber que también ocurren fuera de nuestras fronteras. Piénsese en el debate europeo sobre neoliberalización, un par de décadas después de lo discutido aquí. Esta especie de déjà vu es asombroso en el caso del polémico libro de Susan Neiman, Izquierda no es woke (Left is not woke), publicado en inglés en 2023 (Polity Press) y ya está traducido a varios idiomas, entre ellos, el castellano por editorial Debate.

Pese a los pergaminos filosóficos de su autora, este libro está escrito para ciudadanos de izquierda, no para especialistas. El argumento es relativamente simple y, como digo, para nada desconocido en Chile. Que la izquierda no sea woke supone una distinción entre los principios tradicionales de la izquierda política, centrados en la igualdad económica, la justicia social y los derechos colectivos y humanos, de una parte, y una izquierda despierta (alertada o alumbrada, ¡woke!) respecto de las injusticias y discriminaciones específicas, asociadas a identidades particulares construidas en base a la raza, el género y la sexualidad.

Mientras que la izquierda históricamente ha buscado abordar desigualdades a través de cambios estructurales en la sociedad, lo woke se caracterizaría por un énfasis en el reconocimiento de la diferencia y la corrección de conductas opresivas hacia grupos identitarios. El aspecto normativo del texto es que la izquierda no debería tomar el camino woke y, si lo hace, no es izquierda, nada tiene de progresista y, en realidad, mucho de reaccionaria.

¿Déjà vu? Claro. Con razón o no, la culpa del fracaso del primer proceso de cambio constitucional, que condujo la izquierda, y el hecho de que se le pavimentara el piso a la derecha para conducir el segundo proceso, también fallido, se le imputó precisamente a lo que Neiman recoge bajo el término woke. Lo cierto es que Chile no aparece en este libro salvo en el contexto de su cuestionamiento del poscolonialismo del siempre radical, siempre rebelde, Edward Said, quien apoyó a las víctimas de la dictadura civil militar de Pinochet, como recuerda Neiman en su libro. Así y todo, este sorprende casi como una advertencia tardía a la izquierda chilena.

Neiman es una reconocida filósofa en temas complejos. John Rawls ⎯probablemente el filósofo más importante del siglo XX⎯ no solo fue su tutor de tesis doctoral, sino que le agradeció a ella la interpretación de Kant que el adoptó finalmente, y que ella expusiera en su libro La unidad de la razón; libro que fue luego citado muy afirmativamente por gente como Slavoj Žižek o Sheldoin Wolin. Igual o más influyente ha sido su libro El mal en el pensamiento moderno, importante, entre otros, para las discusiones sociológicas sobre las catástrofes y cataclismos, desarrolladas por Zygmunt Bauman en su temor líquido (Liquid Fear), y no menos para tratar la cuestión de la culpa, el castigo y las víctimas de hechos como el Holocausto o las Torres Gemelas. Neiman sabe, y muy bien, de las ideas de los filósofos de la ilustración como Kant o Rousseau, de la idea de progreso, o de las nociones de víctima, cuestiones que están presentes en Izquierda no es woke.

Este libro está a medio camino entre la disciplina filosófico-política y la intervención política ciudadana. De una parte, la Neiman filósofa sabe que problemas políticos como los que ataca tienen origen en determinadas concepciones filosóficas. La denuncia de la Ilustración y de la idea de progreso están en la base de la degradación del imaginario que sostiene los movimientos progresistas contemporáneos, como son las ideas asociadas al avance de la justicia, de los derechos humanos. Es necesario, por tanto, revisar qué ideas le convienen hoy a la izquierda, y cuáles no. Por lo mismo, por otro lado, Neiman analiza críticamente las ideas de pensadores como Michel Foucault y Carl Schmitt, criticando su escepticismo hacia la razón, hacia el liberalismo y las ideas ilustradas. En particular sus dardos se dirigen a corrientes de pensamiento como el poscolonialismo.

Pero Neiman tiene también una faceta menos encumbrada en la filosofía y más cerca del ciudadano. Yo mismo escuché por primera vez su nombre en el marco de un congreso en Frankfurt sobre Bob Dylan. Izquierda no es woke, es breve, polémico y para un público amplio. Ella resumió este trabajo y su contexto en una entrevista en La Tercera (julio 2023). Su problema refiere más precisamente a las prácticas políticas de ciertos activistas que se dicen de izquierda. Dicho rápidamente, se trata de una crítica del tribalismo de estos grupos, de su censura moral del debate público, de su autoritarismo, sus funas, y descreimiento en nociones como justicia y progreso, a que autoricen únicamente el discurso de la víctima de autoridad moral en política.

Esa crítica coincide vis-a-vis con la conocida crítica de la derecha. Piénsese en el libro del amigo de Milei, Axel Kaiser, La Neoinquisición. Persecución, Censura y Decadencia Cultural en el Siglo XXI, que trata precisamente de cuestiones como las que Neiman llama woke. Se entenderá por qué el libro de esta autora es tan polémico. Una intelectual de izquierda realiza la crítica que conocemos de la derecha. La versión criolla más bullada del argumento de la filósofa estadounidense radicada en Alemania, lo dio Natalia Piergentili (PPD) al exigir perentoriamente a la izquierda no dirigirse más “a los monos peludos, al 30% que tienes, a les compañeres”, a no seguir “apapachando a ese sector con la agenda de identidad sexogenérica y todas esas leseras”.

En personas inscritas en los valores clásicos de izquierda hay claramente mucho enojo contra estos grupos tribalistas e identitarios, a quienes se acusa de tener gran responsabilidad en el fracaso del proceso constitucional derrotado en septiembre de 2022. En el fondo Piergentili ⎯con un lenguaje pintoresco y lejos de la filosofía⎯, pedía volver a los temas tradicionales de la izquierda, centrados en la justicia social y cuestiones de orden universal, ¡la izquierda no es woke! El tribalismo identitario fomenta más la división y competencia en lugar de la cooperación política, que ellas conciben como urgente de cara a los desafíos del presente como la promoción de una sociedad más justa, integradora, cohesionada y consciente para enfrentar la degradación catastrófica del medioambiente y el avance de discursos neofascistas.

Dicho lo anterior, una preocupación mayor es que la crítica de Neiman sirva para procesos de reflexión en la izquierda, y no sea instrumentalizada y cooptada por la derecha para su crítica conservadora fácil. Izquierda no es Woke debe leerse como un libro de intervención ciudadana que crítica a determinadas prácticas tribalistas y autoritarias de grupos que se han dicho de izquierda ⎯que lamentablemente muchos conocemos, hemos experimentado y hasta sufrido⎯ y de sus rudimentos justificatorios a nivel filosófico y teórico (Foucault, Schmitt, sus secuaces postcoloniales, entre otros).

Es mucho más ese tipo de libro que un documento acabado de filosofía política sobre la relación entre lo particular de ciertas luchas sociales y las luchas universalistas de la izquierda. De hecho, creo que usar la noción de woke es a lo menos confuso cuando no directamente errado, porque engloba, dentro de la crítica del tribalismo identitario, por ejemplo, luchas por derechos civiles (woke) que vienen de los años 60 en USA. Tribalismo de izquierda puede ser más justo, aunque menos sexy tal vez que el título elegido por Neiman.

Lo que está en juego, bien lo sabe esta autora, es la unidad en la izquierda y la construcción de un discurso de transformación urgente y que haga sentido a sectores amplios de la sociedad. Para Neiman es claro que ello se promueve revitalizando los principios fundacionales, ilustrados, del universalismo, el progreso, la justicia y los derechos humanos, y no deslegitimándolos como mera carcasa justificatoria de la dominación heterosexual, europea colonial, racial, patriarcal, entro otras. Ojo que ello no significa una visión a-crítica de Neiman respecto de la ilustración y su noción de progreso, ciega en relación con sus sesgos y limitaciones. El punto aquí es que criticar los lados oscuros y problemáticos del pensamiento ilustrado moderno, no es lo mismo que el completo escepticismo y descrédito de principios que han dado vida y sostenido a las luchas de izquierda.

Leído así, como un texto de intervención de una mujer de izquierda, enfadada y crítica de ciertas prácticas políticas de un tribalismo sectario y autoritario, con visos antiuniversalistas, uno se ahorra tiempo, pues no lo juzga tanto en la justeza terminológica, o en cómo reconstruye el pensamiento de Foucault, etc. El centro de gravedad se traslada al efecto político que genera, acorralando a quienes hasta ahora funan y censuran, acorralan a la opinión pública y hacen sentir como de derecha a los de izquierda. Hay un efecto liberador y restaurador en el libro de Neiman.

Ello no quita, sin embargo, que deba darse el debate en la izquierda chilena sobre la integración y articulación de las así llamadas políticas de la identidad y políticas universalistas, clásicas a la izquierda. Esto lo separo del libro de Neiman. Delata la bancarrota de la intelectualidad de izquierda nacional el que la discusión sobre el fracaso constitucional quedase en los “monos peludos”, y no hubiese dado pie a un debate sobre la renovación del pensamiento progresista.

Anteriormente la oportunidad la había dado la discusión entre Nancy Fraser y Axel Honneth sobre redistribución y reconocimiento, igualmente desaprovechada en su momento por la intelectualidad de izquierda. Es cierto que la izquierda no debe dejarse apuntar con el dedo ni menos reducir por las prácticas tribalistas denunciadas por Neiman. Igualmente cierto es que, si a este respecto, hay una diferencia entre la izquierda y la derecha, ella reside en que la primera busca integrar las políticas de la identidad y la segunda las excluye y persigue. Articularse, digo, no con un tribalismo particularista intratable y antiprogresista, pero sí con discursos de la diferencia capaces de diálogo y articulación política. Ricardo Camargo, en su último libro, Sinuosidades de lo Político, dedica un capítulo muy acabado y matizado sobre la cuestión del universalismo y las identidades en el marco de una política progresista, reconstruyendo la discusión entre Fraser y Butler y estudiando el aporte de conceptos como el de articulación desarrollado por Laclau.

La izquierda no puede dar continuidad a su propuesta universalista de justicia y democracia a expensas o de modo excluyente de las luchas identitarias, y resta como un desafío el desarrollar cuál es su propuesta en este sentido. Aunque este sea su punto, Izquierda no es woke puede ser otra oportunidad para tomarse en serio este debate.