Este domingo 11 de agosto, Argentina irá a las urnas para las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) de cara a las elecciones presidenciales del 27 de octubre. Aunque las principales fórmulas ya están definidas, las PASO también cumplen otros fines, como filtrar las listas que no alcancen el 1,5% de los votos y, a su vez, constituyen una suerte de encuesta gigante –dado su universo de votantes como muestra– que nadie debería desaprovechar, como las candidaturas para ajustar propuestas y alianzas, el electorado, para afinar el voto de octubre.
Por último, incentivan el debate público, de por sí intenso ya, en los más diversos espacios. En estas PASO la lupa está puesta en dos grandes interrogantes: la diferencia que habrá entre la fórmula presidencial de la oposición, Fernández-Fernández, y la oficialista, Macri-Pichetto y, quién triunfará en la provincia de Buenos Aires, donde la actual gobernadora María Eugenia Vidal se enfrenta con el actual diputado Axel Kiciloff. Se trata de 12.515.361 bonaerenses habilitados para votar sobre un padrón nacional de 32.064.323, es decir, nada menos que el 39%.
Así como en Chile corre aquello de “el que tiene, mantiene”, en Argentina una coalición que gobierna la nación, la provincia y la ciudad de Buenos Aires no debería estar nerviosa en cuanto a sus chances electorales. Y sin embargo, el macrismo hoy solo jugaría con cartas ganadoras en la capital, cuyo padrón de aproximadamente 2,5 millones de porteños y porteñas no debe confundirse con el “bonaerense”. En esta peculiar campaña, el que tiene, teme no mantener y, además, esconde, en lo posible, a su candidato a presidente. ¿Por qué?
Vista desde los medios de comunicación más influyentes de Chile, puede resultar un misterio insondable la razón por la cual el electorado argentino abandonaría a Macri, para volver a abrevar en algo así como el populismo corrupto. Pero, aunque de un tiempo a esta parte “populista” se convirtió en un comodín que engloba todo lo que no gusta, el término amerita precisiones.
Experta en la materia, la reconocida politóloga María Esperanza Casullo propone ver al populismo, no como una suerte de patología, sino como un discurso posible tanto en líderes progresistas como conservadores, en países desarrollados y no desarrollados.
Aunque reconoce elementos populistas tanto en el oficialista “Cambiemos” como en el “Frente por Todos”, Casullo señala que el macrismo tendría, en este momento, un discurso mucho más populista que la fórmula fernandista, porque hace una apuesta casi exclusivamente emocional antes que racional: se atribuye la representación de “La República”, aunque sin mayor explicación, y define su identidad sobre la base del enemigo. Mientras el macrismo pide el voto para transformar la realidad sin asumirla, el “Frente de Todos” se centra en cuestiones más racionales. Este foco desconcierta porque, tradicionalmente, se asocia populismo a peronismo, de hecho, el kirchnerismo jugó fuerte a lo emocional en ciertos momentos –aún está fresco el recuerdo de Cristina con la muerte de Néstor–, en tanto Macri parecía ofrecer lo opuesto, un ingeniero eficiente que proponía modernidad, abrirse al mundo, terminar con la corrupción, emprolijar las cuentas.
¿Qué pasó en el medio? Demasiadas cosas con dos ejes: economía y corrupción. En materia económica, los problemas argentinos son de larga data, empezando por el modelo de desarrollo y el mal propio de nuestra región: el vecindario aún no trasciende los productos primarios. No logramos devolver la generosidad que nos da la naturaleza e impulsar industrias sustentables con alto valor agregado. Sumado a eso, Argentina tiene un problema estructural de déficit externo por las características de su estructura productiva, entre otras cosas, porque cuando la economía se expande necesita más dólares de los que puede generar a través de las exportaciones.
Ni el kirchnerismo en sus fases pasadas ni el macrismo, tuvieron propuestas superadoras de estos dilemas. Los gobiernos “K” promovieron sectores industriales más bien orientados al mercado interno –como el textil y el automotriz– que, en vez de generar divisas, las necesitan para producir. Con acceso restringido al mercado internacional de deuda por el conflicto con los fondos buitre, el kirchnerismo respondió de forma tosca, al imponer estrictos controles de capitales y restringir las importaciones. Estas medidas, lejos de solucionar el problema, generaron el surgimiento de un mercado paralelo de compra y venta de dólares que perjudicaron a varios sectores de la producción que requerían insumos importados.
El macrismo saltó al otro extremo, de modo casi suicida para el país, pero soñado para especuladores: levantó las restricciones a la compra de divisas, desreguló la entrada y salida de capitales sin ningún control. El gobierno se financió con nueva deuda y entrada de inversiones de corto plazo, especulativas. Los únicos sectores que se promovieron fueron el agro y el gasífero-petrolero, riquezas que la Argentina debe aprovechar, pero que no bastan en el siglo XXI para crecer de modo saludable.
En 2018, Argentina sufrió una grave crisis cambiaria y financiera, que dejó al desnudo lo irresponsable de la política económica de Macri. Como consecuencia y con la ilusión de recuperar la “confianza” de los mercados, Argentina solicitó un préstamo al FMI por 57 mil millones de dólares, convirtiéndose en su deudor más importante. El préstamo vino con las condicionalidades de rigor: equilibrio fiscal y reducción del déficit externo, lo que, a su vez, llevó a recortar gastos en subsidios, infraestructura, salarios, educación y se implementó una política monetaria contractiva.
El cóctel entre estas medidas y la brutal devaluación del peso, tuvo efectos recesivos que todavía se sienten: la inflación interanual llegó al 57%, la mayor desde 1991; la caída real de los salarios es del 12% en el último año; la tasa de desocupación subió al 10,1%; el porcentaje de personas bajo la línea de pobreza se elevó 10 puntos en un año y ronda el 35%.
Más allá de las afinidades ideológicas de cada cual, Argentina es un país con casi 50 millones de habitantes y no es posible generar empleo para toda la población promoviendo solo a los sectores primarios. Aislarse no es alternativa, abrirse indiscriminadamente y firmar acuerdos como el suscrito con la Unión Europea, tampoco. Si las políticas económicas K fueron insuficientes y toscas, las de Macri son, directamente, antidesarrollo.
La cuestión es: ¿quién propone corregir, quién insiste en su esquema? Una clave será, indudablemente, la relevancia que se otorgue a la innovación tecnológica, en donde la experiencia internacional indica que se encontrarían las llaves del reino del desarrollo. En esta materia, hay un abismo entre ambas gestiones gubernamentales: la fuerte inversión en ciencia y tecnología que distinguió a los gobiernos K, cayó estrepitosamente en la actual administración y es en ese contexto que se explica que la reciente solicitud de científicos de apoyar a Alberto Fernández, reuniera más de ocho mil firmas frente a las 150 de la versión que respalda a Macri.
Ante la desesperante evidencia de las cifras en el campo económico, ya casi no quedan jugadores ni en el banco de suplentes del club defensores de Macri en Chile. Sin embargo, algunos de ellos erigen otro estandarte: el de la supuesta agenda anticorrupción, eje de campaña en donde campea la denuncia periodística sesgada por la espectacularidad. Sería excesivo pretender que el público, aun el más informado, siga minuciosamente la maraña de causas, jueces, fiscales y acusaciones cruzadas, pero ver siempre la misma mitad de la película, entraña el riesgo de convertirse en cómplice de la gruesa parte omitida.
Es de muy público conocimiento que Cristina Fernández tiene más de diez causas pendientes con la justicia. Mucho menos conocido es que el actual presidente Macri y gran número de funcionarios de su gobierno registran cientos de denuncias en distintos juzgados federales de todo el país, en particular en el emblemático edificio de Comodoro Py, donde todos juegan con los tiempos de la política. ¿Consuela el empate? No. Alarma la habilidad para disimular tamaña tropelía.
La corrupción atraviesa al kirchnerismo y al macrismo y precede a ambos. Tuvo un desgraciado punto de inflexión a comienzos de los 90, cuando Menem ordenó ampliar la Corte Suprema y la cantidad de juzgados federales, para garantizar su influencia, y los sucesivos gobiernos usufructuaron de esta estructura. Si el kirchnerismo tomó varias medidas para fortalecer la influencia del Ejecutivo en tribunales, el macrismo fue más lejos: no solo se nombran jueces a dedo, sino que se abusa de recursos procesales como la figura del arrepentido y la prisión preventiva que, combinados, permiten a los jueces presionar a los acusados, casi sin control.
La arbitrariedad creciente de la justicia y la influencia del poder político sobre ella, conforman un círculo vicioso que no se sabe dónde empieza ni mucho menos dónde termina. Nada nuevo a la luz del Lava Jato en Brasil y el derrotero de Temer y Moro. Lo que sorprende es que un ejército de medios de comunicación y un amplio público, a ambos lados de la cordillera, no vea más allá del show. La cobertura del capítulo corrupción queda atrapada en la lógica de los escándalos, porque vende. La bóveda que mostraba Lanata, los maletines volando en el convento, son más noticiosos que identificar a los beneficiarios de la millonaria fuga de capitales que vacía a la Argentina cotidianamente, que seguir la ruta de las concesiones del gobierno de la ciudad o, bien, registrar por qué tantos altos funcionarios de la actual administración, que por su compromiso con ciertas empresas tienen incompatibilidad con la función pública, continúan en sus cargos.
Mirar escándalos por TV puede ser divertido. Siempre y cuando, mientras tanto, no saqueen tu casa.
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