La pesadilla parece no pasar. El viernes 27 de marzo 919 personas fallecieron en Italia por causa del coronavirus SARS – COV-2; 769 en España. En Chile, se informó que al amanecer el día viernes se habían registrado 304 nuevos casos, alcanzando un cifra total de 1.610 nuevos infectados. A nivel global el número de infectados alcanzaba 536.281 personas y los fallecidos 24.432, lo que representaba una tasa de mortalidad de 4,55%.
Frente a esta crisis global los países están tomando drásticas medidas. En muchas partes se han declarado cuarentenas obligatorias, se ha prohibido a 1500 millones de personas que abandonen su hogar. El columnista español Marc Bassets dice que “el mundo ha entrado en hibernación”. Con ello, la actividad económica se ha desplomado. Principales afectados han sido restaurantes, hoteles, los cines, las actividades deportivas y culturales, el tráfico aéreo.
Pero la crisis no afecta solo a las industrias indicadas; también la producción de automóviles ha caído en un 95% en los Estados Unidos. En Alemania cada vez más empresas envían a miles de empleados a trabajos de corta duración (kurzarbeit), incluidos grandes grupos industriales como Volkswagen, Bosch, Continental, MAN, Thyssen-Krupp, Lufthansa, Puma, Adidas y Tui. Daimler también anunció el jueves que enviaría a la mayoría de sus empleados a trabajos de corta duración, inicialmente por un período limitado hasta el 17 de abril. Se estima que el PIB anual caerá dos puntos por cada mes que opere la cuarentena.
Pero no solo hay mucha gente encerrada en sus casas, muchas actividades detenidas, también se están rompiendo reglas que parecían inamovibles: los bancos centrales están imprimiendo dinero para comprar activos, también bonos gubernamentales para que con esos recursos se vaya en auxilio de las personas más afectadas y para intentar evitar la bancarrota de miles de empresas.
Si el Estado es tan importante para superar la crisis, por qué no va a ser conveniente que siga operando en esas y otras áreas, luego de finalizada.
El combate a la pandemia fortalece también peligros que antes apenas visualizábamos. El uso de las nuevas tecnologías de información en el combate de la pandemia hace aparecer en el horizonte la posibilidad de que esas formas de control de la enfermedad se usen, luego, en el control de las personas, generando así graves amenazas contra la privacidad, la libertad de los ciudadanos y la democracia. No obstante, como siempre las crisis no tienen solo una salida, ellas pueden derivar en soluciones autoritarias o, alternativamente, salidas basadas en la ampliación de la democracia. En todo caso, lo que está claro es que el mundo de la poscrisis será muy distinto al que estábamos acostumbrados.
¡La crisis venía de antes!
¿Por qué los países desarrollados estaban tan mal preparados para enfrentar esta pandemia?
Vivimos un momento inédito, que nos tiene atónitos aunque algunas personas e instituciones advirtieron respecto de la necesidad de prepararse para eventos de esta naturaleza. No obstante, la mayoría de los gobiernos hicieron oídos sordos a esas advertencias. Como señala el geógrafo y teórico social británico David Harvey, cuarenta años de neoliberalismo en América del Norte y del Sur y en Europa han dejado a la población totalmente expuesta y mal preparada para hacer frente a una crisis de salud pública de este tipo. Todo ello a pesar de que anteriores epidemias –provocadas por el SARS y el ébola– proporcionaron abundantes advertencias y lecciones sobre lo que se deberíamos hacer.
En muchas partes del mundo supuestamente «civilizado», los gobiernos locales y las autoridades estatales –que invariablemente constituyen la primera línea de defensa en las emergencias de salud pública– se habían visto privados de fondos gracias a una política de austeridad destinada a financiar recortes de impuestos en favor de los más ricos. El presidente Trump había recortado el presupuesto del Centro de Control de Enfermedades y disolvió el grupo de trabajo sobre pandemia del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos creado en el 2015 por Obama, con el mismo espíritu con el que había recortado toda la financiación de la investigación, incluida la relativa al cambio climático.
Como efecto de la globalización, hoy las crisis son globales, pero el mundo carece de las instituciones necesarias para entregar una respuesta global frente a ellas. Más aún, las instituciones internacionales existentes han estado bajo el ataque del nacionalismo de ultraderecha. Trump, desde su llegada al gobierno, puso en cuestión instituciones claves del ordenamiento institucional; la captura del Partido Conservador inglés por parte de la ultraderecha nacionalista llevó al Brexit.
Tras estos fenómenos aparece la crisis de la globalización, que con todos sus beneficios ha producido muchos problemas y perdedores sobre cuyas demandas se levanta el nacionalismo. La propia crisis del COVID-19 hace aparecer problemas adicionales. La apuesta (¿excesiva?) en favor de cadenas globales de producción puede representar una amenaza para la provisión de productos indispensables para los distintos países. Particularmente grave son las prohibiciones de exportación de medicinas y alimentos.
Pero el problema va más allá. Muchos países vieron afectada su producción interna al detenerse en China la producción y exportación de insumos, como efecto de la crisis sanitaria en ese país. En este contexto, el economista francés Thomas Piketty apunta a la posibilidad de que se pase por una fase de desglobalización, pues “continuar como si nada no es una opción. En caso contrario, el nacionalismo triunfará”.
¿Cómo y hacia dónde está cambiando el mundo?
El COVID-19 no será la última pandemia que nos aquejará. Jared Diamond y Natham Wolfe, en un artículo con el título “El próximo virus”, se preguntaban ¿por qué pensar en el próximo virus cuando la epidemia actual de la COVID-19 está en sus primeras fases? Para responderse, a renglón seguido, que sea lo que sea lo que pase con el dicho virus,el próximo “puede ser mucho peor. La conectividad del mundo es cada vez mayor. No existe una razón biológica sólida para que una futura epidemia no vaya a matar a cientos de millones de personas y a sumir el planeta en varios decenios de depresión sin precedentes”.
Continuará la crisis de las instituciones internacionales. Con el Brexit no han terminado los problemas de la Unión Europea. No ha habido un gran paquete europeo para enfrentarla sino un número de paquetes de salvataje equivalente al número de países de la Unión. El jueves 26 de marzo, en una videoconferencia, los líderes de los países de la Unión no pudieron concordar una declaración común frente a la crisis por las diferencias existentes respecto a la forma de financiar el combate a la crisis sanitaria y económica. Se espera que en 15 días, en una nueva reunión, se pueda alcanzar un acuerdo. Mientras tanto, el número de muertos diarios en Italia y España se acerca peligrosamente a los 1.000.
Pero, sobre todo, la pandemia ha puesto un detente (¿provisorio?) al avance a un mundo con menos fronteras con la Unión Europea, como imagen objetiva (pese al Brexit y pese a la crisis de los refugiados africanos y sirios). En suma, como sostiene el jurista italiano Luigi Ferrajoli, el cambio climático, las armas nucleares, el hambre, la falta de medicamentos, el drama de los migrantes y, ahora, la crisis del coronavirus, evidencian un desajuste entre la realidad del mundo y la forma jurídica y política con la que tratamos de gobernarnos.
Ha sido muy fuerte el contraste entre la forma en que los países occidentales y varios países asiáticos enfrentaron la crisis y sus resultados. Mientras China, pese a ser el primer afectado por la crisis, tuvo 3.301 muertos, con cifras similares de infectados Italia y España tenían 9.134 y 5.694 fallecidos respectivamente. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han explicaba este contraste relevando las “ventajas asiáticas”, la tradicional mentalidad autoritaria asociada al confucionismo, su mayor confianza en el Estado y su apuesta a la vigilancia digital bajo el lema “el big data salva vidas humanas”.
Según Han, la conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente: “En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos. Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles”. El éxito chino le permitirá vender el Estado policial como un modelo de éxito.
Para el historiador israelita Yuval Noah Harari, la humanidad enfrenta la mayor crisis de la generación y la manera con que se enfrente dará forma al mundo en los próximos años en todos los ámbitos, en el sistema de salud, la economía, la política y la cultura. A su juicio, el mundo enfrenta opciones en dos campos fundamentales, el primero entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano; el segundo, entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global.
En el campo de la política económica, la pandemia –como lo hizo ya la crisis financiera internacional del 2007 y 2008 y le evolución posterior– ha puesto profundamente en cuestión la ideología dominante de que la suerte de la economía depende del sector privado y que el Estado se debe limitar a proteger las reglas del juego y socorrer a los más pobres. Qué duda cabe hoy que fueron las masivas intervenciones de los bancos centrales y de los gobiernos las que evitaron que la economía se desplomara de una forma aún más catastrófica y que la crisis se extendiera indefinidamente.
Frente a la pandemia que nos afecta, la respuesta política ha sido rápida y decisiva. Como señala The Economist, a nivel mundial, los bancos centrales han reducido las tasas de interés en más de 0,5 puntos porcentuales desde enero y han lanzado nuevos y enormes esquemas de relajación cuantitativa (“quantitative easing”, esto es, crear dinero para comprar bonos). Los gobiernos están abriendo las arcas fiscales para apoyar la economía. El Congreso de Estados Unidos ha aprobado un proyecto de ley que aumenta el gasto en el doble de lo que alcanzó el paquete contra la crisis financiera del 2007-2008 del presidente Barack Obama. Además de eso, Gran Bretaña, Francia y otros países han otorgado garantías de crédito por valor de hasta el 15% del PIB, buscando evitar el rompimiento de la cadena de pagos.
Una vez más el Estado ha tenido que venir en auxilio de la sociedad y la economía de mercado para evitar un colapso mayor. Habrá llegado la hora de una intervención pública de más largo aliento, de manera de evitar las crisis y promover un desarrollo económico que vaya en beneficio de todos.
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