Cuando sobrevino la pandemia en 2020, muchos pensamos que la democracia correría riesgos ante la gravedad de la situación de salud y sus secuelas económicas y sociales. Advertíamos que la insuficiencia de capacidades operacionales del sector público socavaría la voluntad democrática y la gobernabilidad. Con razón, se temía que pudieran imponerse prácticas autoritarias para contener protestas, implantar orden, suspender derechos. Y, a la par, se atisbaba el peligro que surgieran estilos populistas que ofertaran fórmulas simplistas para atraer falsamente a la población. Sin embargo, a pesar de todas las insuficiencias y temores la inteligencia ciudadana prevaleció, y se ha confiado hasta ahora en la via electoral para buscar salidas.
¿Seguirá así?