Desde 2014, la extrema derecha ha experimentado un rápido crecimiento en Europa, pero aún no ha logrado convertirse en una fuerza hegemónica. Sin embargo, hay indicios de que esta tendencia podría frenarse bajo ciertas condiciones.
En las últimas elecciones al Parlamento Europeo, a pesar de los avances en Francia y Alemania, la extrema derecha no alcanzó su objetivo hegemónico y sigue siendo una minoría. En el Reino Unido, los laboristas han regresado al poder tras 14 años de gobiernos conservadores que generaron una abultada cuenta por los daños del Brexit.
Sin duda, el fenómeno más relevante se ha producido en Francia. Después del rotundo fracaso del presidente Emmanuel Macron y el triunfo de la extrema derecha representada por Le Pen y Bardella en las elecciones europeas, Macron tomó una decisión entre corajuda y suicida: convocar a elecciones legislativas anticipadas.
El sistema semipresidencial francés permite que una nueva mayoría parlamentaria acceda al poder ejecutivo con un primer ministro que, en caso de ser de signo político distinto al presidente, cohabita con él en el poder.
La jugada de Macron buscaba aglutinar en torno a su figura a los electores contrarios a la extrema derecha, apelando a la responsabilidad y a la defensa de los valores republicanos y de esta manera, recuperar el timón con mayor legitimidad.
Sin embargo, el éxito de la extrema derecha en las elecciones europeas, que amenazaba con consolidarse en la Asamblea Nacional, provocó la unidad de una izquierda fragmentada e impotente hasta ese momento.
En menos de un mes, surgió el Nuevo Frente Popular (NFP), emulando el esfuerzo de 1936 contra la amenaza fascista, reuniendo a socialistas de diferentes orientaciones, comunistas, ecologistas y una diversa gama de progresistas.
En la primera vuelta de las elecciones parlamentarias, la extrema derecha salió victoriosa, lo que llevó a un acuerdo de omisión entre Juntos por la República, la coalición de Macron, y el NFP en favor del mejor candidato.
En la segunda vuelta, con una participación del 67% (la más alta desde 1997, que fue del 71%), el NFP logró vencer, obteniendo el mayor número de asientos en la Asamblea Nacional. En segundo lugar quedó la coalición de Macron, y en tercer lugar, la Agrupación Nacional de la extrema derecha. A pesar del éxito del NFP al frenar a la extrema derecha, ninguna fuerza política obtuvo una mayoría suficiente para gobernar por sí sola, planteando muchos desafíos para la gobernabilidad de Francia.
¿Quién será el primer ministro que deberá nombrar Macron?
¿Será sostenible una alianza de una izquierda tan diversa, unida sólo por tener un enemigo común? ¿Se ha detenido verdaderamente a la extrema derecha?
En cuanto al nombramiento del primer ministro, este no es automático para el partido que obtuvo la mayoría relativa; es el presidente quien debe nombrarlo, procurando que sea una personalidad que logre la unidad de la mayoría parlamentaria y no corra el riesgo de ser impugnado. La tarea no es fácil y probablemente el elegido no será la figura más prominente de la izquierda, sino alguien de consenso.
Esto nos lleva a la cuestión de la mantención de la unidad en una coalición con fuerzas que tienen intenciones hegemónicas, como la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, quien probablemente no será nominado por Macron y que puede transformarse en un obstáculo para acuerdos amplios.
Por otro lado, aunque el programa común es un factor central para la unidad de todas estas fuerzas antes competidoras, al no tener mayoría para implementarlo, se verán obligados a negociar con la coalición de Macron, que probablemente será liderada por su actual primer ministro, Gabriel Attal, hacia el cual se han dirigido duros ataques.
Aunque el pacto de omisión entre el NFP y Juntos permitió el triunfo de la izquierda, no es evidente que esta alianza pragmática continúe. Ambos lados tendrán que ceder para asegurar la gobernabilidad y representar la voluntad de los electores que no desean a la extrema derecha bajo ninguna circunstancia; esto es algo muy distinto a simplemente representar a los electores de izquierda.
A pesar de lo anterior, en los discursos proclamados por los líderes del NFP tras la victoria, no se percibe claramente una actitud pragmática y conciliadora; más bien, se escuchan triunfalismos refundadores. Puede ser producto de un primer momento de éxtasis, pero si esto no se corrige, se corre el riesgo de que se cumpla lo que Marine Le Pen señaló el día de su derrota: “nuestra victoria solo está aplazada”, ya que en dos años habrá elecciones generales. No hay tiempo que perder.
La situación en Francia nos invita a reflexionar sobre nuestra propia realidad
A pesar de las diferencias evidentes, nuestras democracias están erosionadas por la desconfianza, la incapacidad de responder a las exigencias de los ciudadanos y el surgimiento de extremas derechas que amenazan las conquistas democráticas alcanzadas.
Unidad, pragmatismo y resultados, son lo que necesitan las fuerzas democráticas, tanto en Francia como en Chile, para evitar que las extremas derechas lleguen al poder.
Daniel Grimaldi
Director Ejecutivo Chile21
Doctor en Estudios Políticos de la École des Hautes Études en Sciences Sociales EHESS, Master en Ciencia Política de la Universidad de Paris I, Administrador Público de la Universidad de Chile.