La democracia chilena está secuestrada por el partidocentrismo. El discurso aprendido y reproducido como mantra por los líderes políticos de todos los sectores, es que no puede existir la democracia sin partidos, que los partidos son fundamentales para la democracia. Ciertamente, sin partidos políticos no hay democracia representativa, pero solo con partidos políticos como administradores de la voluntad ciudadana expresada en el voto, en pleno siglo XXI, tampoco hay democracia.
Aunque estén muy institucionalizados, regulados en su financiamiento y controlados en sus padrones, los partidos son insuficientes para tomar decisiones en nombre de los ciudadanos. Su tendencia a la oligarquización, a la profesionalización y la endogamia, ampliamente demostrada por la ciencia política, los alejan inevitablemente de los espacios del ciudadano común. Por otra parte, sus funciones tradicionales de reproducción ideológica, movilización e integración social, se encuentran más fortalecidos en organizaciones extra partidarias. Podríamos decir que siguen relativamente vigentes en su función de seleccionar candidatos y estructurar la oferta política para las elecciones, algo muy relevante y válido, pero que obliga a repensar su rol.
La crisis que hoy enfrenta el Partido Socialista de Chile, es reflejo del deterioro en el cual se encuentran los partidos políticos en nuestro país y una oportunidad para repensar su rol. Sin duda los dirigentes del PS tienen que asumir su responsabilidad por haber permitido que su partido se contaminara con redes del narcotráfico. Sin embargo, no podemos ser tan ingenuos de pensar que esto es un fenómeno aislado producto de la “decadencia del socialismo”. Cualquier partido que presente dinámicas que favorezcan el caudillismo, el acarreo de votos, el fraude electoral interno, los militantes-clientes, entre otros males, puede verse implicado en deplorables situaciones como las del PS. No podemos descartar que a partir de este caso se denuncien situaciones similares en otros partidos, ya que las condiciones están, en diferentes grados, en prácticamente todo el espectro político chileno. Si esto pasara, en vez de defender “al partido y su legado”, los dirigentes debieran pensar en cómo defender la democracia que está siendo seriamente amenazada.
No es novedad que los partidos estén cuestionados por los ciudadanos tanto en Chile como en gran parte de las democracias consolidadas en el mundo. Para abordar este problema, desde hace varias décadas vienen planteándose alternativas a la democracia representativa como la participación ciudadana, los referéndums, los sondeos deliberativos y asambleas ciudadanas electas por sorteo, que complementan las decisiones de los parlamentos y de los gobiernos. Canadá, Islandia, Suiza, Bélgica e Irlanda han hecho importantes aportes e innovaciones en democracia deliberativa y directa, restituyendo a los ciudadanos comunes el poder de incidir en política. En particular, la Asamblea Ciudadana en Irlanda electa por sorteo constituye hoy una importante innovación que merece ser observada muy atentamente. Estos modelos alternativos con sus ventajas e inconvenientes, logran darnos una visión de la democracia como un espacio donde cabe la política profesional de los partidos y el criterio y la incidencia directa de los ciudadanos comunes. No se trata aquí de alentar un discurso anti partidos, la clave está en el equilibrio entre formas diversas del ejercicio de la democracia, ajustándonos a los cambios en nuestras sociedades.
En Chile estamos bastante atrasados en estas materias. La proscripción de los partidos durante la dictadura de Pinochet claramente ha alimentado la cultura partidocéntrica post transición, dejando postergadas otras formas del ejercicio democrático. La democracia participativa no logra instalarse como un contrapeso al poder de los partidos ni de la burocracia pública y es frecuentemente instrumentalizada. No hemos explorado seriamente formas de democracia directa ni democracia deliberativa utilizando el sorteo. Todo sigue girando en torno a los partidos, incluso los movimientos sociales rápidamente se piensan como plataformas partidarias y luego sufren las consecuencias de aquello.
La crisis del PS tiene que hacernos reflexionar profundamente en que necesitamos otras formas de democracia complementarias al régimen representativo. La democracia deliberativa y el sorteo pueden servir incluso a los propios partidos para que los militantes de base puedan controlar a las cúpulas partidarias, que actúan como socios controladores de sus organizaciones.
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