Hace algunos meses Óscar Landerretche lanzó un nuevo libro: “Chacota. La república en la era del populismo”. El libro es entretenido, pues el autor busca construir sus argumentos sobre la base del uso libre de historias y películas.
El adversario del autor es el populismo que a su juicio puede ser “de izquierda y derecha, verdes y violetas, canutos y ateos”. Se trata de un fenómeno que responde a diferentes y variadas causas (migraciones, crisis subprime, declive de las clases medias); es a veces de izquierda y en ocasiones, es seguido por iniciativas de derecha o al revés.
Lo común es su radicalidad, el anti elitismo, la antiglobalización y un cierto nacionalismo. Para enfrentar esta amenaza, la respuesta es transformar la democracia, la república y el Estado y renovar y actualizar “el software del contrato social”.
Si bien se puede concordar con el autor en muchas áreas de su narrativa, en lo que sigue sostenemos que el clivaje fundamental que propone el autor, populismo versus el cambio institucional tranquilo no da cuenta de los desafíos que enfrenta el país y la humanidad; que su visión respecto del cambio institucional y el nuevo contrato social tiene importantes rasgos tecnocráticos lo cuales están asociados a una mirada que no logra superar un fuerte sesgo economicista.
El “contrato fáustico” o la amenaza populista.
El autor define el “contrato fáustico” como el que establece un miembro de la élite intelectual y tecnocrática, de la clase dirigente “con el diablo” (esto es la creencia que cualquier medio, incluso la ruptura institucional, está justificado para terminar con los sufrimientos de los más pobres en el caso izquierdista o de los WAPS en el caso de la derecha estadounidense) motivado por la compasión. Tomando como referencia al famoso director de cine alemán Murnau y sus películas Nosferatu y Fausto y una cierta lectura de la dialéctica, Landerretche sostiene que los procesos de cambio, al afectar los intereses de algunos lleva en su seno el peligro casi inevitable de la violencia, la que incluso termina devorando a sus impulsores. Dos son las consecuencias, una estratégica, que surge de que los excesos son un elemento inherente y constituyente del proceso transformador y otra táctica, el adversario del cambio responde también con violencia. Esta perspectiva fundamental es sustentada por múltiples ejemplos históricos.
Dos serían las posiciones cómodas según Landerretche: la de quienes están disponibles para pasar a llevar todas las libertades individuales en la persecución del cambio social y cultural y la de quienes atribuyen sacralidad a la libertad individual hasta el punto de cuestionar cualquier política gubernamental o institucional que limite esa libertad en función del bien común. En cualquiera de esas dos posiciones resulta simple el problema y fácil la descalificación ética del adversario. Según el autor el problema complicado es para quienes como él, creen en que ambos valores son importantes y deben ser balanceados. De lo que se trata es aplicar políticas que afecten lo menos posible la libertad. Sobre esta base, el autor pone en cuestión la agenda de cambios de sectores progresistas que teniendo la mejor de las intenciones (terminar con la desigualdad, la exclusión etc) al generar resistencias una “oclocracia”. A diferencia de la democracia en que se representa la mayoría pero se busca encauzar las demandas en un sistema institucional que evita que esas mayorías abusen de las minorías y de los perdedores del concurso electoral, la “oclocracia” simplemente impone la voluntad de la mayoría, generando una reacción de los grupos derrotados que lentamente deslegitiman el sistema institucional. Para el autor, de lo que se trata es entender que las soluciones a los problemas de la democracia contemporánea no yacen en figuras mesiánicas ni en el voluntarismo de los caudillos, sino en la sistemática mejoría de las instituciones republicanas.
Landerretche toca un tema relevante. Sin duda es necesario reflexionar sobre lo que él llama los excesos que han traído y traen ciertos procesos de cambio y ciertos liderazgos como los de Chavez y Maduro, Fidel Castro y Trump. No obstante, el análisis resulta demasiado general lo que impide profundizar los tipos de problemas que plantean las diferentes experiencias. La revolución francesa representó, junto con la independencia de los Estados Unidos, la primera experiencia de construcción de un autogobierno enfrentado a un continente monárquico que juntó sus fuerzas para derrotar la revolución. No obstante ello, fue posible experimentar una Asamblea Nacional que fue importante para los futuros experimentos democráticos. La revolución cubana en cambio, cabe más bien insertarla en el marco de las revoluciones comunistas. Su análisis es relevante para entender mejor los problemas de nuestras democracias. Para comprender el comunismo soviético (y por tanto, más allá de sus diferencias, el cubano) es crucial la perspectiva del filósofo francés Claude Lefort. quien “define la democracia como un género de lo político … por definición lo político, como la democracia, es abierta, irreductible, indefinida, plural, y compuesta de diferentes esferas de actividad… Es por eso que los regímenes modernos enfatizan la separación de los poderes y la transferencia regular y pacífica de la autoridad (p. 15) El totalitarismo trata de llenar, ocupar y totalizar el espacio de lo político. Bajo el comunismo, el partido se hace cargo de la audaz presunción de reducir una sociedad irreductiblemente dividida y de decidir anticipadamente y de una vez para siempre el significado de la comunidad histórica” (Julian Bourg en introducción del libro de Lefort (1999) “Complications: Communism and the dilemmas of Democracy).
Por su parte, las tensiones entre la libertad de expresión y el respeto de la diversidad que destaca el autor, más allá de las dificultades intelectuales que plantea, alude a conflictos más complejos y heterogéneos asociados entre otros, al carácter masivo de las migraciones que lleva a que se confronten en espacios antes bastante más homogéneos, razas y culturas distintas. No es fácil para las mujeres y las minorías en Estados Unidos ser “tolerantes” con el racismo, el machismo y el extremismo religioso del “trumpismo republicano”. El rechazo visceral a entender que los EEUU es mucho más que los “WASP” es un problema político y cultural que trasciende con mucho los conflictos en los campus universitarios. En Chile tenemos un problema similar con quienes se sienten representados en el movimiento republicano de JA Kast. El caso Alemán con la “Alternative für Deuschland” es también un problema más complejo.
Todos estos fenómenos plantean preguntas difíciles. El enfoque del autor presenta el riesgo de pensar que por ejemplo en el caso de los Estados Unidos Trump y Bernie Sanders son dos caras de una misma moneda. Desde mi punto de vista, Trump representa la reacción visceral de los blancos que ven amenazada su hegemonía, de los trabajadores y clases medias que como efecto de los cambios en la estructura económica han visto caer sus ingresos, de los machistas que ven con terror los avances de las mujeres y la sociedad hacia una igualdad de género, del fundamentalismo religioso que ve con desazón el avance hacia una sociedad laica. Por su parte, Trump ha transformado la mentira, la afirmación sin fundamento, el escarnio de sus enemigos políticos en armas legítimas del conflicto democrático. Sanders por su parte, plantea una reorientación del capitalismo estadounidense hacia una variedad de capitalismo más bien tipo europea. Releva la excesiva concentración del poder económico y el ingreso así como la crisis del sistema de salud estadounidense y denuncia que la globalización ha sido poco incluyente y ha estado orientada por las grandes empresas multinacionales. Sanders corrió el cerco del debate democrático en la campaña del 2016; hoy sus banderas las toma Elizabeth Warren de quien nadie puede decir que habla sin fundamento.
El gobierno de los que saben y el nuevo contrato social.
¿Cómo es posible que ganen apoyo electoral los izquierdistas infantiles y la extrema derecha? Según el autor, ello está asociado a la creciente complejidad de las sociedades modernas que se traduce en que el Gobierno y las políticas públicas son tremendamente difíciles, lo que hace necesario “un grupo de profesionales altamente calificados que tomen decisiones complejas”. Al mismo tiempo, a la ciudadanía sostiene Landerretche, se le pide tomar decisiones que por definición no entiende completamente. Clave es aquí el “buen político” que siendo un talentoso comunicador, se gane la confianza de los ciudadanos que operan bajo la lógica siguiente “no entiendo exactamente por qué se está tomando esta decisión, pero confío en el criterio de quienes la está tomando”. Son en consecuencia los profesionales especializados quienes deberán resolver. La labor de la política es diseñar una institucionalidad para que ese proceso de decisión “refleje la voluntad pública”. Cómo se construye esa voluntad pública por individuos que no saben del tema, es una pregunta que el autor no analiza. Es difícil encontrar una justificación más clara del gobierno de los “que saben”.
El nuevo contrato social que propone el autor, parte de una valoración de la Concertación, esto es la alianza entre liberales, socialistas y cristianos, lo que para Landerretche era la principal virtud de la coalición pues representaba los 3 ejes ideológicos sobre los cuales se construía la modernidad económica y democrática chilena. Su crisis se habría debido al predominio liberal. Más allá de eso, quedó obsoleta, por la complejización de la sociedad chilena. Lo que ocurre según el autor es que en las sociedades complejas como las actuales es inevitable que existan tecnocracias (que define el autor como una élite que gobierna sustentada en la legitimidad que le confiere su dominio de algún conocimiento técnico relevante para un momento histórico particular).
El concepto de tecnocracia en el autor es poco claro; pues se refiere a una élite que gobierna dando como ejemplos los ingenieros en el Tercer Reich y en la URSS. (Ver sección “La trinidad técnica (transparencia – efectividad – eficiencia) ¿Considera realmente el autor que fueron éstos y no los miembros del partido nazi o comunista que ejercieron el poder en esos países? Se habría requerido más argumentos para sustentar esta idea. El autor asimila el concepto de “técnico” con el del tecnócrata cuando señala por ejemplo que las políticas públicas cada vez tienen un componente más profesional. En sentido estricto, el técnico no ejerce el gobierno, está subordinado al poder político. El tecnócrata, por su parte, aspira al ejercicio del poder sobre la base de la percepción de que conoce mejor que la ciudadanía lo que se requiere para mejorar la sociedad. Esta aspiración tecnocrática no parece problemática para el autor; basta que se sujete a una nueva trilogía, la transparencia, efectividad y eficiencia. Para el autor la tecnocracia concertacionista es la responsable única del crecimiento económico logrado, del aumento de la protección social, de la reducción de la pobreza, de los equilibrios fiscales etc (ver la sección indicada). Cabe preguntarse en este campo qué rol jugó la política para hacer posible todos estos éxitos tan elusivos a lo largo de la historia nacional. El autor parece pensar que el problema se explica sosteniendo que el sistema se desestabilizó solo porque la élite tecnocrática se separó de la ciudadanía y las organizaciones sociales, sin un análisis de los problemas de su visión de la democracia. Quizás este es uno de las secciones en que la perspectiva tecnocrática (no técnica) del autor queda más en evidencia.
El autor entiende como democracia cualquier sistema institucional que cumpla con la siguiente trinidad: que exprese la voluntad de la mayoría, el respecto de los derechos de la minoría el respeto de los derechos individuales individuo. Todo bien; pero ¿se pueden caracterizar suficientemente los problemas de la democracia con estas definiciones generales? Creo que no. Enfrentamos un momento en que las principales instituciones democráticas están en cuestión. La democracia representativa está en cuestionada por los amarres constitucionales que derivan de una constitución de origen ilegítimo impuesta en dictadura, por la influencia del dinero en la política, por el deterioro de los partidos políticos, por la desafección que afecta a la mitad de la población para señalar solo algunos temas. La dimensión participativa de la democracia está subdesarrollada, no hay canales para una adecuada participación, no está clara la relación entre las dimensione representativas y participativas. Los órganos contramayoritarios no reúnen las condiciones fundamentales para cumplir su rol. Chile enfrenta un problema similar a lo que algunos analistas conceptualizan como el blindaje frente a la demanda popular que se ha ido construyendo en la institucionalidad política de entidades como la Unión Europea (Ver Wolfgang Streeck, How will capitalism end?)
El cambio social y político como determinado por el cambio económico y tecnológico.
La tesis (o la teoría como la denomina el autor) fundamental del libro es que cuando los procesos de cambio son suficientemente dramáticos como para cambiar la estructura de las clases sociales, las formas de vida y las lealtades políticas, tienen el potencial de dejar obsoletos los contratos sociales vigentes y, por consiguiente generan la necesidad manifestada en una crisis, de un nuevo contrato social. Eso es lo que está ocurriendo en la actualidad, tanto en Chile como en el mundo. Nos encontramos, señala Landerretche en un momento de cambio de paradigma político como resultado de cambios económicos y tecnológicos, por ende, culturales y sociales. Sobre la base de este diagnóstico, el autor propone un nuevo contrato social – que para ser efectivo, esto es proveer gobernabilidad a la sociedad futura, debe ser coherente con la estructura económica, de clases, intereses y cultura que surge a partir del proceso de cambio.
La tesis está afectada por el típico dilema de ¿qué fue primero el huevo o la gallina?. Probablemente, cualquier proceso político, económico, social y cultural presenta complejas interacciones que no permiten una respuesta clara. Las ciencias sociales han dado muchas respuestas a este dilema. En el debate marxista durante mucho tiempo, la superestructura política era considerada simplemente como un reflejo de la infraestructura económica. El propio Marx presenta visiones contradictorias en sus diversos trabajos. Landerretche opta por la visión de Marx sintetizada en la frase de que los cambios sociales ocurren “hinter den Rücken der Produzenten” (a espaldas de los productores) como efecto del desarrollo de las fuerzas productivas. La revolución soviética puso en cuestión esta perspectiva al tener lugar una revolución en el país mas atrasado del centro capitalista. Numerosos cientistas sociales matizaron/pusieron en cuestión esta perspectiva. Desde el punto de vista más tradicional, el debate transcurrió entre los que consideraban la luchas sociales como el motor de la historia en la medida que obligaban al cambio tecnológico por ejemplo para neutralizar el creciente poder de los trabajadores, y la visión de que los cambios tecnológicos generaban transformaciones en la estructura política e ideológica de la sociedad. Landerretche se aproxima a esta segunda perspectiva al señalar que en la actualidad está teniendo lugar un cambio de paradigma político como resultado de los cambios económicos y sociales. Se observa el mismo sesgo cuando señala que el futuro contrato social debe ser coherente con la estructura económica, de clases, intereses y cultura que surge a partir del proceso de cambio. Ratifica esta perspectiva al señalar que las revoluciones tecnológicas en marcha cambiarán las sociedades en que vivimos.
Este debate es en extremo relevante. Desde la derecha y el empresariado se afirma continuamente que es necesario prepararse para enfrentar los cambios económicos y tecnológicos (que Landerretche identifica como bajo los conceptos “fin del mercado”, “fin del trabajo, “fin del pensamiento”, “fin del capital”, “fin del dinero” y “fin del Estado”) como si se tratara de una amenaza incontenible, sin nombre y con efectos unívocos. Desde la izquierda, no obstante, la mirada es otra: la dirección que tome el futuro depende de la política y de la sociedad; la amenaza tiene nombre, son las empresas tecnológicas gigantes que están transformando la economía y concentrando el ingreso asociados al capitalismo financiero; amenazan la libertad individual y la democracia y sus efectos dependerán de las luchas y de la posibilidad de perfeccionar la democracia representativa y participativa.
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