Un análisis del desempeño del segundo gobierno de Sebastián Piñera permite identificar graves problemas que incluso son señalados por sus propios partidarios y aliados políticos. Si se quisiera sintetizarlos sería posible agruparlos en varias categorías (1) problemas al interior de la Administración; (2) problemas con su coalición; (3) problemas con el empresariado; todos los cuales remiten a problemas estructurales – estratégicos que enfrenta la derecha en su programa refundacional del país. Sólo luego de lo anterior aparecen los problemas con la oposición.
Al interior del gobierno, se constata que no se ha ido perfilando ningún sucesor que contribuya a su proyección en una nueva administración; eventuales cartas se han ido desdibujando por una gestión ineficaz; en el equipo económico, al bajo perfil del ministro de Economía se agrega un ministro de Hacienda que no logra articular un discurso serio que reemplace el triunfalismo de los primeros meses de la Administración y aparece impotente en el intento de convencer a los agentes económicos de que la economía mantendrá en el 2019 el crecimiento cerca del 4% del 2018. Más aún, son crecientes las voces entre los economistas de derecha que apuntan a que el principal riesgo de Chile es ‘ que nos acostumbremos al crecimiento mediocre’. Ello luego que con ‘bombos y platillos’ Piñera y Valente lanzaran una ‘revolución microeconómica’ , una vez más centrada en eliminar ‘lomos de toro’ sin reparar que en lo que va de la década esta debe ser la quinta o la sexta revolución anunciada, sin que se hayan alcanzado logros significativos.
Las relaciones del gobierno con Chile Vamos aparecen crecientemente complicadas. El presidente de Renovación Nacional reclamó que la ampliación del control preventivo de identidad fuera anunciado de manera inconsulta, cuestión compartida por Allamand; que se opera como si se pensara que el éxito del gobierno dependiera del número de iniciativas legislativa y de otra naturaleza que se anuncian diariamente; que el gobierno trata a Chile Vamos como ‘vagón de cola’ de sus conversaciones con la oposición; que no se entiende como, sabiendo que se necesita la cooperación de la oposición, se desarrolla con ella, una actitud permanentemente confrontacional lo que crispa las relaciones políticas.
En lo que se refiere al gran empresariado éstos no se han podido recuperar del rechazo del presidente de la República a reducir el impuesto de primera categoría de 27 a 25%. Por ello presionan por lograr avanzar en la reintegración tributaria que representaría, para ellos, varios cientos de millones de dólares de menor tributación y apuestan a que el debilitamiento de la capacidad de fiscalización del Servicio de Impuestos Internos facilite la ‘planificación tributaria’ que realizan las grandes empresas. Llaman la atención, y con ello coinciden con la derecha política, que la hemorragia de proyectos está desviando al Gobierno de las prioridades programáticas con que el candidato Piñera se comprometió.
Este conglomerado de dificultades remiten a serios problemas de conducción política estratégica y a dificultades estructurales de la propuesta programática de la coalición de gobierno.
En relación con las primeras, el desencadenamiento de la campaña presidencial en la derecha es un testimonio elocuente de la crisis del Gobierno. J.A. Kast, émulo de Trump y Bolsonaro, capitaliza el pinochetismo nostálgico; Ossandón una derecha compasiva sin muchas luces y Lavín que vuelve por los fueros del ‘Lavinismo – Bacheletista’. Pero más importante que ello es la incapacidad de delinear una estrategia que resuelva la contradicción entre un programa refundacional y una oposición de centroizquierda mayoritaria en el Congreso. La estrategia de combinar una retórica de unidad con el ataque a la oposición mayoritaria ha fracasado. En una democracia desarrollada ello implica que los responsables dan un paso al costado para que nuevas caras ayuden al primer mandatario a reconfigurar la estrategia.
Al mismo tiempo, y relacionado con lo anterior, el problema de la Administración es que su discurso sobre la prioridad de la clase media – el cual requiere significativos recursos y una reorientación significativa de las políticas sociales hacia una visión basada en derechos universales – choca con las convicciones doctrinarias fundamentales de la derecha tradicional y las presiones del mundo empresarial por bajar la carga tributaria.
En este contexto de dificultades y de crecientes contradicciones empiezan a quedar en evidencia los problemas del equipo de gobierno y se perfilan dos estrategias posibles. Como en su primer gobierno, el presidente ha dejado en evidencia que bajo su sombra no aparece nuevos liderazgos. Más aún, dirigentes políticos experimentados como Andrés Chadwick y Felipe Larraín ven disolverse su ascendencia política; promesas presidenciales como Alfredo Moreno se desdibujan como carta presidencial.
En el libro ‘La trastienda del Gobierno’ editado conjuntamente con María de los Ángeles Fernández en 2012, llamábamos la atención respecto de ciertas característica de la personalidad del presidente Piñera que no ayudan a resolver estas dificultades. En primer lugar que más que orientarse por un programa pensado concienzudamente, más que generar las condiciones políticas que hagan viable su implementación, Piñera se orienta a partir de las señales coyunturales, tanto de lo que percibe como oportunidades o amenazas. Una segunda característica del estilo presidencial del primer mandatario es la tendencia a tomar decisiones de forma personal sin considerar su pertenencia a un colectivo. Finalmente, constatábamos un incomprensión radical de lo que significa el rol político del presidente y la naturaleza de la gestión política inteligente y persistente, clave para alcanzar resultados en una correlación de fuerzas desfavorable. Luego de un primer año, en que se observaron indicios de ciertos cambios, estas características reaparecen.
¿Cuáles son las salidas a esta situación? Se avizoran dos caminos posibles, requiriendo ambos un cambio de gabinete. La primera, insistir en los lineamientos fundamentales de las (contra) reformas estructurales así como en una visión en que tanto el problema de los pueblos originarios como el de la seguridad se buscan solucionar con un enfoque eminentemente policial priorizando así el objetivo de dejar en claro el sello de derecha de la presente administración. Esta opción encontraría seguramente el apoyo decidido del extremismo de derecha de J.A. Kast y sus seguidores. El problema principal de esta opción es que llevaría a una crispación política y a una alta incertidumbre económica.
La segunda opción, es un cambio de gabinete que busque un real acuerdo con la oposición en las reformas estructurales y una política de diálogo respecto de la seguridad ciudadana. Esta opción permitiría enfrentar los grandes problemas en pensiones, financiamiento público, salud, relaciones laborales (clave esto último para enfrentar las amenazas del cambio tecnológico sobre el campo laboral) crecimiento económico inclusivo y medio ambiente.
Aunque no cabe el pesimismo, la relación de fuerzas al interior de la coalición de gobierno no permite ser optimista. Ello genera preocupación cuando se observa que gobiernos de derecha que la coalición de Gobierno mira con interés como los de Trump (que ha llevado a Estados Unidos y al mundo a una grave situación de incertidumbre), Bolsonaro (que a poco de haber asumido esta enfrascados en duras luchas entre evangélicos, tecnócratas neoliberales y generales) y de Macri en Argentina (que prometió un tsunami de inversiones extranjeras, el fin de la inflación y crecimiento económico pero tiene a Argentina sumida en la peor crisis desde 2001) que aparecieron como alternativa a los problemas y fracasos de los gobierno de izquierda o centro, dejan en evidencia que han generado problemas más que soluciones.
Contenido publicado en El Mostrador